domingo, 13 de marzo de 2011

...y que el océano nos quede grande.


Todos vivimos en peceras:
grandes, pequeñas, frustantes,
bonitas y perfectamente decoradas que nos hacen olvidar lo que realmente son,
pero tarde o temprano caemos en la cruda realidad,
donde nuestra nariz choca con un cristal imaginario
mientras alguien con más poder que nosotros
golpea sonriendo al otro lado del cristal.

Peceras de costumbres, estereotipos, injusticias,
o juicios apresurados, infundados y puramente superficiales.

Hay veces que llega la libertad
y de repente nos enfrentamos, solos, a la inmensidad del océano,
que nos da la libertad,
pero a su vez nos desconcierta por ser totalmente desconocido.
Donde puede aguardarnos un depredador en cualquier rincón,
o una pequeña luz en la oscuridad
puede ser un reclamo para meternos en la boca del lobo de mar.
Sin embargo, nos compensa la belleza desconocida y salvaje
con una amalgama de colores desconocidos,
donde nos sentimos flotar
y el agua de la felidad inunda todos los poros de nuestra piel.

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